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El Elefante de la Bastilla

posted by pixelskaya marzo 3, 2016 0 comments

Elefante-Pixel-Art

 

Como toda capital europea, París está lleno de plazas cargadas de historia, pero sin duda la más emblemática, o la única que se menciona en los libros de texto de la E.S.O. con los que me eduqué, es la de la Bastilla. Anaya descuidó a su público adolescente al omitir que en esa misma plaza habitó un elefante de casi 15 metros… ¡durante 33 años!

 

Place de la Bastille

La Plaza de la Bastilla la última vez que la vi. ¡Aburridísima!

 

Como el instituto nos queda ya muy lejos a todos, hagamos un repaso breve de la historia de esta plaza con nombre de dobladillo. Y es que no siempre fue un espacio público; durante varios siglos allí sólo hubo una prisión.

La Bastilla en su origen era una puerta fortificada construida a mediados del siglo XIV (por aquel entonces esa era la propia definición de bastilla) que protegía de invasores ingleses la entrada a París por el Este durante la Guerra de los Cien Años. Con el paso de los siglos se le añadieron más torres y se estableció como fortaleza y prisión real.

 

Bastille

La facultad de Ciencias de la Informac-… la Bastilla.

 

Cuando Luis XIV (el Rey Sol) llegó al trono, París ya se había extendido hacia el Este más allá de la Bastilla, así que el monarca mandó derribar las antiguas murallas de la ciudad y comenzó a emplear la fortaleza como lugar de encierro para personajes que le molestasen a él personalmente. Para ello se servía de las llamadas lettres de cachet, órdenes directas firmadas y selladas por el Rey que metían en la cárcel a quien él quisiera sin juicio previo y por un tiempo indeterminado. Y por supuesto, inapelables.

 

Lettre de cachet 1723

Lettre de cachet de 1723

 

Algunas familias nobles solicitaban las lettres de cachet para encarcelar a un miembro descarriado evitando así el escándalo que un juicio público traería al apellido. Este secretismo penal dio lugar a leyendas como la de El Hombre de la Máscara de Hierro (en realidad, de terciopelo), detenido durante 34 años (parte de ellos en la propia Bastilla) y cuya verdadera identidad jamás ha sido descubierta.

Hacia el final de su historia, la Bastilla se había convertido en un símbolo del despotismo real pese a que en realidad ya apenas alojaba una veintena de reclusos al año. El hecho de que la mayoría de ellos fueran arrestados como consecuencia de la fuerte censura editorial, unido al secretismo que envolvía las detenciones, reforzaba esta imagen.

Uno de los últimos y más ilustres habitantes de la prisión, enviado allí por instigación de su propia suegra, fue el Marqués de Sade. Fue precisamente entre las paredes de la Bastilla donde escribió su famosa novela pornográfica Los 120 Días de Sodoma. Al no disponer apenas de materiales, y temiendo que se le confiscase una obra que simbolizaba los mismos males por los que había sido apresado, el Marqués redactó la novela en letra diminuta empleando pequeños trocitos de papel que, pegados uno detrás de otro en un rollo continuo, conformaron un manuscrito de 12 metros de longitud fácil de enrollar y esconder.

 

Marquis de Sade manuscript

El manuscrito de «Los 120 Días de Sodoma». Fotografía de Christophe Ena

 

Esta miniatura literaria nunca fue publicada en vida de su autor por un motivo tan apasionante y desafortunado como los que marcaron su biografía. El 2 de julio de 1789, siendo París una olla a punto de estallar y la Bastilla su punto más caliente, el Marqués de Sade se encaramó a la ventana de su lujosa celda y gritó a la muchedumbre: «¡Aquí están matando a los prisioneros!». El tumulto fue tal, que dos días después se trasladó al causante sin previo aviso a un manicomio a las afueras de París, dejando Los 120 Días de Sodoma inacabados y escondidos en un muro. Poco más de una semana más tarde, la fortaleza fue tomada y los (siete) presos restantes, liberados. Daba comienzo la Revolución Francesa y el desmantelamiento de esta mole medieval.

 

Prise de la Bastille Jean-Pierre-Louis-Laurent Houel

El Asalto a la Bastilla, de Jean-Pierre-Louis-Laurent Houel. Sé que seguís leyendo porque prometí elefantes. Heh.

 

Meses después de esta jornada histórica, de la Bastilla quedaban poco más que los cimientos. En el descampado resultante, una especie de Zona Cero del siglo dieciocho, se sucedieron las celebraciones y los homenajes a los héroes de la Revolución (más cambiantes que el clima, pero esa es otra historia). El primer monumento que se erigió, en 1793, fue la llamada Fuente de la Regeneración Nacional; una representación de la diosa Isis de cuyos pechos manaba agua (algunas fuentes dicen que leche) y que conmemoraba el asalto al palacio de las Tullerías el año anterior.

 

Fontaine d'Isis

Fuente de la Regeneración Nacional, acuarela de Joseph Tassy

 

Pero en 1799, con la República derrocada y Napoleón Bonaparte en el poder, el sentimiento revolucionario volvió a ser tanto o más peligroso que diez años antes, y el potente simbolismo de la Plaza de la Bastilla se tornó peliagudo para el nuevo gobierno. ¿Un clavo saca a otro clavo? Un monumento saca a otro monumento. Napoleón, en pleno programa urbanístico de autobombo, comenzó a proyectar la construcción de su Arco del Triunfo en este punto de la ciudad, pero finalmente se decidió por una fuente con forma de elefante.

La decisión no tenía nada de casual, ni de decorativo, ni la simpatía del elefantito de Bernini; Napoleón quería dejar claro que a poderío conquistador no le ganaba nadie, y para ello escogió un símbolo tradicionalmente asociado a Alejandro Magno, concretamente a su victoria sobre el Rey Poros en la India. Si Alejandro retornó victorioso con los elefantes del ejército derrotado, Bonaparte construiría en su capital un majestuoso elefante de bronce de 24 metros de altura fundiendo los cañones capturados en la Batalla de Friedland (1807). Además, los parisinos podrían acceder a un mirador en lo alto subiendo por la escalera interior de una de las patas del animal.

24 metros equivaldrían a unos 14 Napoleones, por si teníais curiosidad.

 

Elephant of the Bastille

El elefante, tal y como lo debió soñar Bonaparte, pintado por Jean Alavoine. Hubiera molado.

 

Se tardó dos años en completar la base de la fuente y sus cañerías subterráneas, pero cuando llegó el momento de empezar el elefante, en 1813, la suerte del conquistador estaba cambiando (y con ella sus finanzas). Esperando tiempos mejores, se tomó la decisión de construir una maqueta provisional a escala más reducida (14,6 metros) con estructura de madera y cuerpo de escayola. Como cuando dices «el logo de mi blog es temporal, en cuanto tenga tiempo haré el definitivo«. ¿Vosotros habéis visto el definitivo? Napoleón tampoco.

Desde su ubicación privilegiada, el Elefante de la Bastilla presenció el colapso del imperio napoleónico tras la derrota en la batalla de Waterloo, la consiguiente Restauración borbónica, la ascensión al trono de tres Reyes diferentes, incontables protestas callejeras, una segunda revolución, y a punto estuvo de vivir una tercera. Pero durante esas más de tres décadas, las únicas mejoras que se aprobaron para él fueron la contratación de un guarda llamado Levasseur (que vivía dentro de una de las patas) y la erección de una valla desvencijada para alejar a los vándalos.

33 años a la intemperie son muchos para una figura hueca de escayola. El escritor Víctor Hugo, que pudo contemplar al elefante en su momento álgido de decrepitud, dejó una descripción del mismo para la posteridad en Los Miserables (uno de sus personajes, de hecho, vive dentro de la estructura).

 

Era un elefante de cuarenta pies de altura, construido en madera y yeso, con una torre sobre su lomo que recordaba a una casa, en su día pintado de verde por un mal pintor, ahora pintado de negro por el cielo, el viento y el tiempo. […] Era sombrío, misterioso e inmenso. Era un poderoso fantasma visible, uno no sabría decir qué, erguido al lado del espectro invisible de la Bastilla. Pocos extranjeros visitaban este edificio; ningún transeúnte lo miraba. Estaba quedando en ruinas; a cada estación, el yeso que se despegaba de sus costados formaba espantosas heridas. […] Allí estaba en su rincón, melancólico, enfermo, desmoronándose, rodeado de una empalizada podrida y ensuciada a cada instante por cocheros borrachos. Grietas surcaban su vientre, un listón asomaba de su cola, altas hierbas florecían entre sus piernas; y, como el nivel del lugar había ido creciendo a su alrededor por espacio de treinta años, por ese movimiento lento y continuo que insensiblemente eleva el suelo de las grandes ciudades, se encontraba en un hueco, y parecía como si la tierra estuviese cediendo bajo él. Era sucio, despreciado, repulsivo y soberbio, feo a los ojos del burgués, melancólico a los ojos del pensador.

Víctor Hugo, Los Miserables

 

Bastille Elephant

#CityOfLove

 

No siempre estuvo solo. A partir de 1835, el elefante pudo disfrutar como un jubilado viendo a los obreros trabajar en la construcción de la Columna de Julio, erigida para conmemorar la Revolución de 1830 y aún presente en la plaza hoy día. Por si estar junto a su flamante vecina no fuera poca humillación, la columna se levantó sobre la base que en su día iba a sostener el hipotético paquidermo de bronce. Y juntos convivieron largos años, hasta que las quejas de los vecinos de la zona por las plagas de ratas procedentes del interior del elefante dieron sus frutos y fue desmantelado en 1846.

 

Elefante-12

La Plaza de la Bastilla en 1841, con el elefante y la columna estilo»Los Gemelos Golpean dos Veces»

 

Y así acaba la historia del último elefante loco parisino de cartón piedra… ¿O no? ¿Hubo más? HombrePORSUPUESTO. Entre las muchas estructuras temporales que se erigieron para la Exposición Universal de París de 1889, como la Torre Eiffel, no podía faltar un elefante gigantesco. Y cuando acabó la locura y se desmantelaron la mayoría de instalaciones, dos empresarios llamados Charles Zidler y Joseph Oller decidieron comprarlo para adornar el jardín de su recién inaugurado cabaret… el Moulin Rouge.

 

Moulin Rouge Elephant

El jardín del Moulin Rouge alrededor de 1900. Los clientes accedían a través de una de las patas al interior del elefante para ver danza del vientre y a Nicole Kidman tosiendo sangre.

 

La pasión por el concepto aberrante de un elefante habitable no se quedó en Francia; en Estados Unidos, un inventor llamado James V. Lafferty construyó nada menos que tres, e incluso se hizo con la patente sobre cualquier edificio con forma de animal. En un inesperado giro de los acontecimientos, murió arruinado.

 

Coney Island Elephant

El llamado «Coloso Elefantino» de Lafferty fue hotel, sala de conciertos, parque de atracciones… y por fin, burdel.

 

Una no puede escribir un post sobre edificios con trompa, cerrarlo y marcharse con la cabeza alta como si hubiera aportado algo útil al mundo, así que he decidido dejaros buen sabor de boca con una secuencia de la última adaptación al cine de Los Miserables (2012) en la que el Elefante de la Bastilla canta tanto como los actores y Russel Crowe está calladomerveilleux!

Oh la la

 

Pixel Art: El Elefante de la Bastilla, podrido icono parisino de Where in the World is Carmen Sandiego? (1985)

ArteDesastresFrancia

La Balsa de la Medusa, canibalismo en alta mar

posted by pixelskaya agosto 23, 2015 4 Comments

Medusa Raft by Maya Pixelskaya

 

Tanto si te gusta el arte como si visitaste el Louvre sólo por tacharlo de tu guía, es más que probable que en algún momento de tu vida te hayas encontrado frente a La Balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Ya fuera el cuadro en sí o una reproducción impresa en una revista o un libro de texto, una cosa es casi segura: no te dejó indiferente.

 

La Balsa de la Medusa

«Pues a mí ni fu ni fa». Salga ahora mismo de mi casa.

 

Casi doscientos años después de ser pintado, este naufragio sigue conmocionándonos por su composición y su ejecución magistrales. Pero, ¿qué representa realmente? ¿Qué era la Medusa? ¿Qué clase de balsa gigantesca es esa, por qué se arracima en ella tanta gente?

Cuando los asistentes al Salón de París de 1819 se encontraron frente a este lienzo monumental (4,91 x 7,16 m), su impresión fue aún mayor, ya que en esos años absolutamente todo el país conocía el tema candente que plasmó Géricault, y la crítica política que subyacía bajo el cuadro. Mi intención, si sigues leyendo, es convertirte en uno de esos enteradillos decimonónicos, sólo que con mejores dientes.

 

La frigata Medusa dibujada por Jean Jérôme Baugean

La fragata Medusa, dibujada por Jean Jérôme Baugean

 

La Medusa (Méduse) era una fragata de la Marina francesa que luchó en las guerras napoleónicas. Un año después de la Restauración de los Borbones en 1815, zarpó como parte de un convoy con destino a Saint-Louis, Senegal, para recuperar el control de las antiguas colonias francesas que los ingleses habían devuelto. Su Capitán era el Vizconde Hugues Duroy de Chaumareys, un hombre con poca experiencia marítima (no había navegado en 20 años), pero cuyo nombramiento respondía a la voluntad de Luis XVIII de que los cargos de la Marina fueran ocupados de nuevo por monárquicos.

En total, la Medusa transportaba a 400 personas. 160 de ellas conformaban la tripulación; entre las demás se encontraban militares, funcionarios, colonos, científicos, y el recién nombrado Gobernador de Senegal junto a su mujer e hija.

En su afán por llegar antes a Saint-Louis, Chaumareys escogió una ruta que bordeaba peligrosamente la costa. Los otros tres barcos que formaban la expedición no siguieron su ejemplo, y la Medusa les perdió de vista. A la altura de Mauritania, la fragata se introdujo en aguas poco profundas y el 2 de julio embarrancó.

Se propusieron varias soluciones para intentar aligerar el navío; la más evidente era deshacerse de los cañones, pero el Capitán se negó. En su lugar, decidió hacer construir una balsa de 20 metros de largo por 7 de ancho para depositar el cargamento. Tres días después, cuando ya estaba casi completada, un vendaval azotó el barco y lo dañó irreparablemente. La Medusa fue evacuada de manera caótica; 167 personas (sólo una mujer) subieron a la inestable balsa, que no disponía de ningún medio de navegación, y que quedó parcialmente semihundida en el agua bajo el peso de sus ocupantes. 17 personas decidieron quedarse en los restos del naufragio a esperar ayuda. El resto ocuparon los seis botes salvavidas disponibles, que se amarraron a la balsa para remolcarla.

 

La balsa tal y como se encontró

La balsa tal y como se encontró

 

La inexistente organización provocó que las embarcaciones salieran casi sin aprovisionar; la mayoría sólo con algún barril de galletas y algo de agua y vino. La balsa, sin embargo, inició su travesía sin un solo alimento sólido, pero cargada hasta arriba de vino y ocupada principalmente por soldados con sables y pistolas. ¿Qué podía fallar?

La balsa estaba sumergida al menos un metro en el agua. Estábamos tan apretados que no podíamos dar ni un paso. En la parte trasera y en la delantera, el agua nos cubría hasta la mitad del cuerpo.

Alexandre Corréard, superviviente

Pronto se vio que remolcar la precaria embarcación iba a ser complicado. Además de lastrar a la expedición, los ocupantes de las demás barcas empezaron a temer que las 167 personas hacinadas en ella les sobrepasasen si decidiesen abandonarla. Por estos motivos, el Capitán Chaumareys siguió cubriéndose de gloria y decidió soltar las cuerdas y dejar a los náufragos a la deriva. Liberadas de su lastre, las seis embarcaciones llegaron a tierra firme esa misma tarde. En la balsa empezaba la verdadera pesadilla.

 

Litografía a partir de una ilustración de Hippolyte Lecomte

Litografía a partir de una ilustración de Hippolyte Lecomte

 

Gracias al testimonio de dos supervivientes, conocemos en detalle lo que ocurrió a bordo. Tras unos momentos de desesperación, se intentó poner cierto orden: se fijó una ración diaria de vino (el único alimento a bordo), se levantó un improvisado mástil y los ánimos se elevaron a base de oración y de fantasear con venganza. Los barcos volverían con ayuda en cuanto tocaran tierra firme, ¿cómo no iban a hacerlo?

La primera noche fue terrible. Las olas engullían la balsa y a sus ocupantes, que se sujetaban donde podían sin ver absolutamente nada. Cuando por fin amaneció, unas veinte personas habían perdido la vida, algunas arrastradas por el mar y otras atrapadas entre los tablones. A lo largo del segundo día, varios hombres se suicidaron lanzándose al agua, pero la esperanza de ver volver a las barcas de rescate mantuvo alta la moral.

La segunda noche trajo una tormenta aún peor que la primera. La violencia de las olas lanzaba a los hombres de un extremo a otro de la balsa, y los que no lograban un sitio en el centro de la misma, morían sin remedio. Soldados y marineros, dándolo todo por perdido, asaltaron los barriles de vino y se emborracharon sin medida. En su delirio, algunos decidieron destruir la embarcación y empezaron a cortar las cuerdas, lo cual provocó una batalla campal con sables y cuchillos. Los amotinados tiraban por la borda a los pasajeros más indefensos; entre ellos a la única mujer y a su marido, que lograron ser rescatados. La luz del día permitió hacer recuento: unos 65 muertos, dos barriles de vino perdidos y los únicos dos toneles de agua potable arrojados al mar. Los cuerpos de los fallecidos durante la noche sirvieron de alimento a algunos; los que no podían superar sus escrúpulos, comían pedacitos de cuero y tela.

El agua del mar había despellejado nuestras piernas casi por completo; estábamos cubiertos de heridas y contusiones que, irritadas por el agua salada, nos hacían emitir constantes gritos de dolor

Alexandre Corréard, superviviente

La tercera noche fue calmada. El agua, no obstante, seguía llegando hasta las rodillas, por lo que la única manera de descansar era sentados, apoyados unos contra otros. Una docena de hombres amanecieron sin vida. Los ánimos mejoraron cuando un banco de peces voladores pasó por la balsa y parte de ellos quedaron atrapados entre los tablones.

La cuarta noche trajo un nuevo motín, esta vez por parte de un grupo de «negros, italianos y españoles». La lucha fue sangrienta, y por la mañana sólo quedaban treinta supervivientes a bordo de la balsa.

 

Dibujo preparatorio de Géricault

Dibujo preparatorio de Géricault

 

Enfriábamos nuestra orina en vasos para beberla. […] A menudo estos vasos eran robados y no se devolvían hasta haber bebido su contenido. Mr. Savigny observó que la orina de algunos era más agradable de beber que la de otros.

Alexandre Corréard, superviviente

Pasaron dos días más sin mayores cambios. La muerte del marinero más joven, un niño de 12 años, marcó la llegada del séptimo día. Para entonces la mitad de los ocupantes de la balsa habían perdido la razón y/o se encontraban gravemente heridos. Con el objetivo de preservar las pocas provisiones que quedaban, los supervivientes más fuertes arrojaron al mar a aquellos que no se podían valer (entre ellos la mujer y su marido). Esto procuró algo de sustento para varios días más a las quince personas que quedaban a bordo, y que fueron por fin rescatadas. Habían pasado trece días a bordo de la balsa de la Medusa.

De los quince supervivientes, cinco murieron a los pocos días. El Capitán Chaumareys envió una expedición a recuperar el oro que quedó a bordo de la fragata, y para su sorpresa, la Medusa seguía intacta. De hecho, tres de las 17 personas que se quedaron a bordo seguían vivas 54 días después.

En 1817 dos pasajeros de la balsa, Henri Savigny y Alexandre Corréard, publicaron su relato del incidente (Naufrage de la frégate la Méduse, disponible en Inglés gratis para Kindle). El libro puso en evidencia el nombramiento a dedo de altos cargos en la Marina, para escándalo del público francés y bochorno de la reinstaurada monarquía.

Entre los conmocionados por las desventuras de los náufragos se encontraba el joven pintor Théodore Géricault, que inició un proceso obsesivo de investigación para la preparación de la obra que establecería su reputación como pintor. Durante diez meses entrevistó a los supervivientes del desastre, y junto a ellos y un carpintero, construyó una maqueta de la balsa de la Medusa lo más fiel posible a la original. Para captar a la perfección el aspecto de una tormenta en el mar, viajó varias veces a la costa a estudiar estos fenómenos, y para lograr el máximo realismo en su representación de los cuerpos, pintaba cadáveres de la morgue de un hospital e incluso se llevaba miembros amputados a su taller.

 

Étude de pieds et de mains, 1818-1819

Étude de pieds et de mains, 1818-1819

 

18 meses después, el cuadro estaba terminado; el artista de 27 años había pintado su gran obra maestra. Y no sólo eso; había prendido la mecha de la controversia con este homenaje a las víctimas del despotismo borbónico y había cruzado el puente del Neoclasicismo al Romanticismo.

¿Qué vendrá a tu mente la próxima vez que te encuentres frente a La Balsa de la Medusa?

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Que un pis sabe mejor que otro

 

Pixel art: Problemas en alta mar en Asterix & Obelix (1995)

 

FranciaMuertes tontasReyes y Reinas

El Baile de los Ardientes, fire in the disco!

posted by pixelskaya agosto 6, 2015 1 Comment

Bal-Ardents-Pixel

 

El hombre ha celebrado fiestas desde el origen de los tiempos; ergo, desde el origen de los tiempos, las fiestas se han ido de las manos. El Bal des Ardents, o Baile de los Ardientes, fue una de las más famosas, y como habréis adivinado, el nombre se le puso a posteriori.

Este hecho histórico debe su fama fundamentalmente a que uno de sus protagonistas fue el mismísimo Rey de Francia, Carlos VI. Un monarca que inició su reinado bajo el sobrenombre de “El Bienamado” por las beneficiosas reformas que inició en el país, pero que, tras una serie de anécdotas sin importancia (matar a varios de sus hombres a espadazo limpio, no cambiarse de ropa en 5 meses, afirmar estar hecho de cristal), pasó a ser conocido como “El Loco”.

 

Bal Ardents 02

Carlos VI, en el centro, atacando a sus propios caballeros en mitad de una campaña militar.

 

Tras las primeras demostraciones de locura, el médico real ordenó a la Corte y a los asesores del Rey que le mantuvieran entretenido y tranquilo, alejado de las presiones de su cargo. Comenzó entonces una época de incesantes y extravagantes festejos para la nobleza de la capital, algo que los parisinos no vieron con muy buenos ojos en plena Guerra de los Cien Años.

Fue en este clima decadente cuando, el 28 de enero de 1393, se celebró el matrimonio de una de las damas de compañía de la Reina con un baile de máscaras. Cinco caballeros de la Corte se disfrazaron, junto al Rey (que iba de incógnito), de hombres salvajes, para lo cual cosieron a sus ropas tela de lino empapada en cera resinosa de la que colgaban cabos de cáñamo. Al ser disfraces altamente inflamables, se prohibió el fuego en la sala. Pero Luis, el hermano del Rey, llegó tarde y borracho a la fiesta, alumbrándose con una antorcha…

 

Bal Ardents 01

Los Ardientes, de izquierda a derecha: Carlos VI escondido entre las faldas de su tía, cuatro caballeros en llamas, y uno metido en un barril de vino. Mi favorito es Luis, arriba, sonriente con la antorcha entre las manos.

 

El Rey sobrevivió gracias a la rápida actuación de su tía de 15 años, que le tapó con su falda. Otro ardiente sobrevivió al lanzarse dentro de un barril de vino, pero los demás murieron. Los ciudadanos de París vieron en este suceso un claro ejemplo de la depravación de la nobleza, y ante la amenaza de revueltas violentas, la Corte entera tuvo que hacer penitencia en Notre Dame.

La Historia se repite, y más aún si el tema en cuestión es un desmadre festivo entre los más privilegiados. Sin salir de Francia, siglo y medio después, el Rey Enrique II moriría participando en una justa durante la boda de su hija. Y, entre otros factores, el estilo de vida fiestero y despreocupado de la nobleza desencadenaría en 1789 la Revolución Francesa.

 

 

Pixel Art: El Baile de los Ardientes trasladado a la fiesta de la Gobernadora Marley en Monkey Island 2: LeChuck’s Revenge (1991)

 

FranciaGente curiosa

El Chevalier D’Eon, un travesti en la Corte de Luis XVI

posted by pixelskaya agosto 5, 2015 3 Comments

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El siglo XVIII francés es una mina inagotable de personajes curiosos. Uno de ellos, el conocido como Chevalier D’Eon (1728-1810), ha pasado a la historia como uno de los travestis más famosos de todos los tiempos. He aquí un pequeño resumen de su ajetreada vida.

 

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El Chevalier antes de su transformación

 

Charles-Geneviève-Louis-Auguste-André-Timothée d’Éon de Beaumont (recuperad el aliento) entró a formar parte de la red personal de espías de Luis XV en 1756. El monarca le envió a Rusia en un momento en que sólo mujeres y niños podían cruzar esa frontera, por lo que se disfrazó de mujer (se hizo llamar Lady Lea de Beaumont) y se convirtió en dama de honor de la Emperatriz. Tras cuatro años allí, volvió a Francia y a ocupaciones más masculinas, como luchar en la Guerra de los Siete Años.

Por diversos conflictos diplomáticos, y porque poseía documentos que a Luis XV no le interesaba que se conocieran, terminó exiliado en Inglaterra, donde se rumoreaba que era en realidad una dama.

Tras la muerte de Luis XV se le permitió regresar a Francia a cambio de entregar los documentos comprometedores. El Chevalier d’Eon proclamó entonces ser anatómicamente una mujer, y pidió que se le permitiera regresar a su país legalmente como tal. El nuevo Rey, Luis XVI, se lo permitió siempre y cuando llevase siempre ropa femenina (y le dio fondos para su nuevo armario).

 

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D’Eon alrededor de los 40 años

 

En 1785 la Chevalière volvió a Inglaterra. Pasaron los años, y el gobierno revolucionario francés confiscó sus posesiones, como a todos los emigrantes. Sin dinero, propuso a la Asamblea Nacional liderar una división de mujeres soldado. Le ignoraron. Pasó sus últimos años en la pobreza, pasando por prisión por sus deudas y viviendo con una viuda.

Murió a los 81 años, y los médicos que examinaron su cuerpo constataron que era un hombre. Había vivido 49 años como hombre y el resto como mujer. Con esta cara que veis.

 

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1792, retrato de Thomas Stewart

 

¿Rococó francés y travestismo? La historia de D’Eon lo tenía todo para atraer al público japonés. Y como no podía ser de otra manera, en 2006 se le dedicó una serie animada que poco tiene que ver con la historia del personaje real, pero que hace las delicias de los crossplayers (mezcla de crossdressing y cosplayer). A mí personalmente me parece que ninguna ficción puede mejorar la Historia, ¿me dejáis que os lo demuestre?

 

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Frances Foo como el Chevalier D’Eon en su versión anime

 

Pixel Art: El Chevalier D’Eon paseando junto a Poison, el ambiguo y polémico personaje de Final Fight (1989)