El Doctor Carl Tanzler, o Conde Carl Von Cosel era un hombre curioso. En primer lugar porque no está tan claro que fuera Doctor, y comprobado que no era Conde. En segundo lugar, porque mantuvo una relación de siete años con una mujer sin ella saberlo. Pero empecemos por el principio.
Cuando Karl Tänzler (otro de sus nombres, éste el original) llegó a Florida emigrando de Alemania, no llevaba mucho consigo, o al menos no mucho tangible. Por no llevar, no llevaba ni a su esposa e hijas. Pero sí nueve supuestos títulos en Medicina, y un pasado como Capitán de un submarino (también supuesto). Ello sumado a una imaginación desbordante, vocación de inventor disparatado, y el recuerdo de una serie de apariciones recurrentes: su antepasada Anna Constantia von Cosel (1680-1765) mostrándole el rostro de «su verdadero amor».
Presuponemos que la mujer que presagiaban sus apariciones no se parecía en nada a la Señora Tanzler, ya que al poco de llegar ésta a Estados Unidos, el matrimonio se separó. Carl empezó a llevar una vida solitaria, trabajando como radiólogo en el Hospital de la Marina de Key West.
Pero en la mañana del 22 de abril de 1930, con 53 años recién cumplidos, su vida cambió para siempre. Su verdadero amor, el rostro de las visiones, entró en la consulta del hospital en la persona de María Elena Milagro de Hoyos, una belleza cubano-americana de 21 años con los primeros síntomas de la tuberculosis que se estaba cebando con su familia.
El flechazo de Tanzler fue instantáneo, y a partir de ese momento, curar a Elena se convirtió en su única obsesión. La familia Hoyos, desesperada, aceptó sus atenciones, y pronto el hogar familiar se llenó de aparatos y medicamentos, además de joyas, ropa y demás regalos de enamorado para la joven enferma, que no correspondía sus sentimientos.
Como solía ocurrir en la época, la tuberculosis finalmente se llevó a Elena el 25 de octubre de 1931. Tanzler, destrozado, no sólo asumió los costes del entierro, sino que construyó un mausoleo con el permiso de la familia Hoyos, y empezó a visitar la tumba de su verdadero amor todas las noches. Según relató años después, Elena se le aparecía en estas visitas nocturnas, le hablaba de amor y le pedía que se la llevase de allí. Tanzler sólo podía obedecer. Seis meses después del entierro, la pareja empezaba su vida en común.
Aunque no parece que Tanzler fuera un tipo escrupuloso, la descomposición de la bella Elena constituía un serio problema para la convivencia, así que se puso manos a la obra para devolverle su esplendor. Unió los huesos entre sí con alambre y perchas, y fue sustituyendo la piel podrida con seda impregnada en cera y escayola. Le redibujó cuidadosamente los rasgos, sustituyó los ojos marchitos por unos de cristal, brillantes y vivos, y confeccionó una peluca con pelo de la propia Elena, guardado por su madre y entregado a Tanzler, ese buen amigo de la familia.
Para mantener la forma del cuerpo, rellenó las cavidades abdominal y torácica con trapos, lo perfumó y desinfectó copiosamente, y lo vistió de arriba abajo con medias, guantes y joyas. De esta guisa, Elena pasó los siguientes siete años en la cama de Tanzler.
La felicidad de la pareja se vio interrumpida en 1940, cuando Florinda, la hermana de Elena, ordenó que se investigase el mausoleo alertada por rumores y por el hecho de que el enamorado ya nunca visitase la tumba que mandó construir. Al no encontrar el cuerpo, se presentó en casa de Tanzler, que no opuso resistencia alguna a mostrarle orgulloso su novia cadáver.
La policía se llevó a Elena para practicarle la autopsia. El caso tuvo una atracción mediática enorme, y Tanzler se convirtió en un personaje simpático para el público, un pobre romántico. Treinta años después, dos médicos que inspeccionaron el cuerpo aseguraron que Tanzler le había reconstruido la vagina con un tubo para poder mantener relaciones sexuales. No existen pruebas gráficas al respecto, por lo que siempre quedará la duda de si este detalle escabroso era cierto y se quiso ocultar al público, o si fue una concesión al morbo.
Tanzler fue declarado mentalmente competente para enfrentarse a un juicio, pero el delito ya había prescrito. La familia Hoyos tuvo que conformarse con volver a enterrar a Elena en una tumba secreta sin nombre, no sin que antes desfilasen 6.800 personas por la funeraria para contemplarla.
¿Y qué fue de Carl después de todo esto? ¿Se resignó por fin a vivir separado de Elena? Seguro que os imagináis la respuesta. Usando una máscara mortuoria hecha a la joven al poco de morir, se construyó una efigie de tamaño real junto a la que vivió hasta su muerte (esta vez la de él), en 1952.
Si tras leer esto os lamentáis porque el romanticismo-bricolage-necrófilo ha muerto, no desesperéis. Anatoly Moskvin, un historiador ruso de 45 años, tomó el relevo hace poco cuando en 2011 se descubrió que vivía con los cadáveres momificados, maquillados y vestidos de 29 niñas cuyos cuerpos había sustraído de varios cementerios a lo largo de los años. Celebraba sus cumpleaños con ellas, y según declaró a la policía, estaba «esperando a que la ciencia encontrase la manera de revivirlas».
Anatoly no tuvo la misma suerte que Carl, ni cayó tan simpático, y vive ingresado en un hospital psiquiátrico soñando con el día en que ninguna niña bonita tenga que morir.
Pixel Art: Elena como una bella paciente de Life & Death (1988)