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La Balsa de la Medusa, canibalismo en alta mar

posted by pixelskaya agosto 23, 2015 4 Comments

Medusa Raft by Maya Pixelskaya

 

Tanto si te gusta el arte como si visitaste el Louvre sólo por tacharlo de tu guía, es más que probable que en algún momento de tu vida te hayas encontrado frente a La Balsa de la Medusa de Théodore Géricault. Ya fuera el cuadro en sí o una reproducción impresa en una revista o un libro de texto, una cosa es casi segura: no te dejó indiferente.

 

La Balsa de la Medusa

«Pues a mí ni fu ni fa». Salga ahora mismo de mi casa.

 

Casi doscientos años después de ser pintado, este naufragio sigue conmocionándonos por su composición y su ejecución magistrales. Pero, ¿qué representa realmente? ¿Qué era la Medusa? ¿Qué clase de balsa gigantesca es esa, por qué se arracima en ella tanta gente?

Cuando los asistentes al Salón de París de 1819 se encontraron frente a este lienzo monumental (4,91 x 7,16 m), su impresión fue aún mayor, ya que en esos años absolutamente todo el país conocía el tema candente que plasmó Géricault, y la crítica política que subyacía bajo el cuadro. Mi intención, si sigues leyendo, es convertirte en uno de esos enteradillos decimonónicos, sólo que con mejores dientes.

 

La frigata Medusa dibujada por Jean Jérôme Baugean

La fragata Medusa, dibujada por Jean Jérôme Baugean

 

La Medusa (Méduse) era una fragata de la Marina francesa que luchó en las guerras napoleónicas. Un año después de la Restauración de los Borbones en 1815, zarpó como parte de un convoy con destino a Saint-Louis, Senegal, para recuperar el control de las antiguas colonias francesas que los ingleses habían devuelto. Su Capitán era el Vizconde Hugues Duroy de Chaumareys, un hombre con poca experiencia marítima (no había navegado en 20 años), pero cuyo nombramiento respondía a la voluntad de Luis XVIII de que los cargos de la Marina fueran ocupados de nuevo por monárquicos.

En total, la Medusa transportaba a 400 personas. 160 de ellas conformaban la tripulación; entre las demás se encontraban militares, funcionarios, colonos, científicos, y el recién nombrado Gobernador de Senegal junto a su mujer e hija.

En su afán por llegar antes a Saint-Louis, Chaumareys escogió una ruta que bordeaba peligrosamente la costa. Los otros tres barcos que formaban la expedición no siguieron su ejemplo, y la Medusa les perdió de vista. A la altura de Mauritania, la fragata se introdujo en aguas poco profundas y el 2 de julio embarrancó.

Se propusieron varias soluciones para intentar aligerar el navío; la más evidente era deshacerse de los cañones, pero el Capitán se negó. En su lugar, decidió hacer construir una balsa de 20 metros de largo por 7 de ancho para depositar el cargamento. Tres días después, cuando ya estaba casi completada, un vendaval azotó el barco y lo dañó irreparablemente. La Medusa fue evacuada de manera caótica; 167 personas (sólo una mujer) subieron a la inestable balsa, que no disponía de ningún medio de navegación, y que quedó parcialmente semihundida en el agua bajo el peso de sus ocupantes. 17 personas decidieron quedarse en los restos del naufragio a esperar ayuda. El resto ocuparon los seis botes salvavidas disponibles, que se amarraron a la balsa para remolcarla.

 

La balsa tal y como se encontró

La balsa tal y como se encontró

 

La inexistente organización provocó que las embarcaciones salieran casi sin aprovisionar; la mayoría sólo con algún barril de galletas y algo de agua y vino. La balsa, sin embargo, inició su travesía sin un solo alimento sólido, pero cargada hasta arriba de vino y ocupada principalmente por soldados con sables y pistolas. ¿Qué podía fallar?

La balsa estaba sumergida al menos un metro en el agua. Estábamos tan apretados que no podíamos dar ni un paso. En la parte trasera y en la delantera, el agua nos cubría hasta la mitad del cuerpo.

Alexandre Corréard, superviviente

Pronto se vio que remolcar la precaria embarcación iba a ser complicado. Además de lastrar a la expedición, los ocupantes de las demás barcas empezaron a temer que las 167 personas hacinadas en ella les sobrepasasen si decidiesen abandonarla. Por estos motivos, el Capitán Chaumareys siguió cubriéndose de gloria y decidió soltar las cuerdas y dejar a los náufragos a la deriva. Liberadas de su lastre, las seis embarcaciones llegaron a tierra firme esa misma tarde. En la balsa empezaba la verdadera pesadilla.

 

Litografía a partir de una ilustración de Hippolyte Lecomte

Litografía a partir de una ilustración de Hippolyte Lecomte

 

Gracias al testimonio de dos supervivientes, conocemos en detalle lo que ocurrió a bordo. Tras unos momentos de desesperación, se intentó poner cierto orden: se fijó una ración diaria de vino (el único alimento a bordo), se levantó un improvisado mástil y los ánimos se elevaron a base de oración y de fantasear con venganza. Los barcos volverían con ayuda en cuanto tocaran tierra firme, ¿cómo no iban a hacerlo?

La primera noche fue terrible. Las olas engullían la balsa y a sus ocupantes, que se sujetaban donde podían sin ver absolutamente nada. Cuando por fin amaneció, unas veinte personas habían perdido la vida, algunas arrastradas por el mar y otras atrapadas entre los tablones. A lo largo del segundo día, varios hombres se suicidaron lanzándose al agua, pero la esperanza de ver volver a las barcas de rescate mantuvo alta la moral.

La segunda noche trajo una tormenta aún peor que la primera. La violencia de las olas lanzaba a los hombres de un extremo a otro de la balsa, y los que no lograban un sitio en el centro de la misma, morían sin remedio. Soldados y marineros, dándolo todo por perdido, asaltaron los barriles de vino y se emborracharon sin medida. En su delirio, algunos decidieron destruir la embarcación y empezaron a cortar las cuerdas, lo cual provocó una batalla campal con sables y cuchillos. Los amotinados tiraban por la borda a los pasajeros más indefensos; entre ellos a la única mujer y a su marido, que lograron ser rescatados. La luz del día permitió hacer recuento: unos 65 muertos, dos barriles de vino perdidos y los únicos dos toneles de agua potable arrojados al mar. Los cuerpos de los fallecidos durante la noche sirvieron de alimento a algunos; los que no podían superar sus escrúpulos, comían pedacitos de cuero y tela.

El agua del mar había despellejado nuestras piernas casi por completo; estábamos cubiertos de heridas y contusiones que, irritadas por el agua salada, nos hacían emitir constantes gritos de dolor

Alexandre Corréard, superviviente

La tercera noche fue calmada. El agua, no obstante, seguía llegando hasta las rodillas, por lo que la única manera de descansar era sentados, apoyados unos contra otros. Una docena de hombres amanecieron sin vida. Los ánimos mejoraron cuando un banco de peces voladores pasó por la balsa y parte de ellos quedaron atrapados entre los tablones.

La cuarta noche trajo un nuevo motín, esta vez por parte de un grupo de «negros, italianos y españoles». La lucha fue sangrienta, y por la mañana sólo quedaban treinta supervivientes a bordo de la balsa.

 

Dibujo preparatorio de Géricault

Dibujo preparatorio de Géricault

 

Enfriábamos nuestra orina en vasos para beberla. […] A menudo estos vasos eran robados y no se devolvían hasta haber bebido su contenido. Mr. Savigny observó que la orina de algunos era más agradable de beber que la de otros.

Alexandre Corréard, superviviente

Pasaron dos días más sin mayores cambios. La muerte del marinero más joven, un niño de 12 años, marcó la llegada del séptimo día. Para entonces la mitad de los ocupantes de la balsa habían perdido la razón y/o se encontraban gravemente heridos. Con el objetivo de preservar las pocas provisiones que quedaban, los supervivientes más fuertes arrojaron al mar a aquellos que no se podían valer (entre ellos la mujer y su marido). Esto procuró algo de sustento para varios días más a las quince personas que quedaban a bordo, y que fueron por fin rescatadas. Habían pasado trece días a bordo de la balsa de la Medusa.

De los quince supervivientes, cinco murieron a los pocos días. El Capitán Chaumareys envió una expedición a recuperar el oro que quedó a bordo de la fragata, y para su sorpresa, la Medusa seguía intacta. De hecho, tres de las 17 personas que se quedaron a bordo seguían vivas 54 días después.

En 1817 dos pasajeros de la balsa, Henri Savigny y Alexandre Corréard, publicaron su relato del incidente (Naufrage de la frégate la Méduse, disponible en Inglés gratis para Kindle). El libro puso en evidencia el nombramiento a dedo de altos cargos en la Marina, para escándalo del público francés y bochorno de la reinstaurada monarquía.

Entre los conmocionados por las desventuras de los náufragos se encontraba el joven pintor Théodore Géricault, que inició un proceso obsesivo de investigación para la preparación de la obra que establecería su reputación como pintor. Durante diez meses entrevistó a los supervivientes del desastre, y junto a ellos y un carpintero, construyó una maqueta de la balsa de la Medusa lo más fiel posible a la original. Para captar a la perfección el aspecto de una tormenta en el mar, viajó varias veces a la costa a estudiar estos fenómenos, y para lograr el máximo realismo en su representación de los cuerpos, pintaba cadáveres de la morgue de un hospital e incluso se llevaba miembros amputados a su taller.

 

Étude de pieds et de mains, 1818-1819

Étude de pieds et de mains, 1818-1819

 

18 meses después, el cuadro estaba terminado; el artista de 27 años había pintado su gran obra maestra. Y no sólo eso; había prendido la mecha de la controversia con este homenaje a las víctimas del despotismo borbónico y había cruzado el puente del Neoclasicismo al Romanticismo.

¿Qué vendrá a tu mente la próxima vez que te encuentres frente a La Balsa de la Medusa?

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Que un pis sabe mejor que otro

 

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